1908

UNA IDEA EN EL ARRABAL
Una paradoja determinó que la función de alejar a los menores de los riesgos del baldío fuera patrimonio de instituciones que nacieron, precisamente, de una barra de pibes callejeros. Los terrenos por donde rodaba la pelota dieron a luz clubes humildes que devinieron más tarde en poderosas organizaciones que hoy son ejemplos deportivos.
El Club Atlético Huracán no ha sido una excepción y por ello, sus potreros se trazaron sobre lo que en aquel tiempo se denominaba como el arrabal. Aquellos mocosos que correteaban contaban con un solar en Cachí, entre Traful y Ancaste. De esta manera, Pompeya y Patricios, abarcados por los corrales viejos y los mataderos del sud, fueron testigos de los primeros pasos que dieron jóvenes del Colegio Luppi.
La fisonomía del barrio en 1900 estaba enmarcada en la producción de sus mataderos y los saladeros. La hacienda llegaba desde la calle Rioja cuando lo hacía del norte o por Almafuerte cuando provenía del sur.
El alrededor de Buenos Aires era una zona arrabalera y cerca de allí, cuando se estableció la quema, se formó la villa de las “ranas”.
Pero Huracán no nace en Patricios, sino carca de la estación Sáenz del tren de Pompeya, donde los alumnos del colegio Luppi, dieron origen en 1907 a un equipo de fútbol y empezaron a correr a un costado de las vías.
Sólo hubo una reunión, el 25 de mayo, que se hizo sin actas ni nombramiento de presidente y fue sólo con el fin de armar un equipo para competir supremacías. Sin saber la importancia de esa reunión, se dice que en esa reunión en la calle Ventana 847 se hicieron presentes Tomás Jeansalles, Stefanini, Agustín Caimi, Berni, Ángel Cambiasso, Juan Fariña, R. Guruchaga, E. Leroy, J. López, Walter Luján, J. Spagarino y A. Billard.
La reunión fue en la vereda de la casa de Tomás Jeansalles y a ese equipo sin nombre se lo llamó por un tiempo como "Los Chiquitos de Pompeya" o "Los Muchachos de Jeansalle".
En el verano surge la idea de ponerle un nombre: "Defensores de Villa Crespo, como la obra del teatro Apolo" dice Agustín Caimi, a lo que le respondieron que podría ser “Defensores de Ventana”. Pero no gustó. Más adelante se suman Ernesto Dellísola, Antonio Salgado y Elisardo Fernández desde un prestigioso club de Parque Patricios llamado Tres Estrellas. En ese tiempo también se designa la primera comisión, que queda presidida por Agustín Caimi, con Jeansalle de secretario, Brunett de tesorero, Billard como capitán y Dellísola como subcapitán.
No hubo una sede fija, pues las reuniones de la Comisión Directiva se fueron alternando de acuerdo a las diferentes viviendas de los socios, en la casa que Ernesto Dellísola tenía en Patagones 2550, o también en las direcciones de Rondeau 3066, Virrey Liniers 2370 y Las Palmas 2977.
La elección de un nombre siempre trajo margen para las más pintorescas anécdotas, y como no podía ser de otra manera, Huracán también tuvo la suya. De momento, lo único que querían los muchachos era encontrar un nuevo nombre para hacer un sello que los identificara.
Con cancha en los alrededores de la Estación Sáenz, Américo Stefanini pensó en la denominación de “Verde Esperanza”, a lo que otros remarcaron que había que argumentar que este conjunto no perdería; por lo que la denominación final quedó como “Verde Esperanza y No Pierde”.
Se optó primero por conseguir dinero para elaborar el distintivo de la entidad y con los ahorros de la primera cuota social se reunieron dos pesos y cincuenta centavos.
A la librería de Sáenz y Esquiú fueron en busca de su insignia y una vez en el comercio, con el dinero en la mano, se destinaron a pedir el sello. Este debía lucir un "Verde Esperanza y No Pierde - Calle Ventana 859", pero la sorpresa llegó cuando cambiaron de opinión tras la sugerencia del librero, el señor Richino, quien expresó que no alcanzaba con ese dinero para un sello con tantas letras. El dueño de la librería opinó que la extensión del nombre no era adecuada para un club y propuso el que figuraba en un afiche de un producto de masiva venta "¿Por qué no le ponen ese nombre? ¡El Uracán! Es lindo y además es corto" sugirió el vendedor. Tras breve charla, Stefanini recordó que en Montevideo había un equipo con ese nombre, por lo que los muchachos adoptaron, sin saberlo, el apelativo del globo aerostático que luego utilizaría el ingeniero Jorge Newbery en sus viajes.
Una semana más tarde volvieron de retirar el sello y como no resistían las ganas de utilizarlo, decidieron estamparlo en la pared de una casa recubierta de mármol blanco de la calle Ventana. La sorpresa se la llevaron cuando encontraron que el sello reproducía "Club El Uracán - Calle Ventana 859".
La duda quedó instalada. Algunos dijeron que el librero no podía equivocarse y dedujeron que si urraca no llevaba la letra muda, Huracán no tenía por que hacerlo.
Los muchachos aceptaron el sello, pero tiempo después, cuando les donaron los arcos con la inscripción “Huracán” en la parte superior de los travesaños, se sintieron engañados y decidieron visitar al librero. Richino argumentó que había pasado mucho tiempo y que prefería regalarles una almohadilla antes que devolverles el dinero, porque en definitiva, “con hache o sin hache huracán siempre quiere decir lo mismo”. Con la almohadilla en la mano y convencidos de no poder hacer cambiar de padecer al comerciante, los muchachos volvieron a casa para dar uso al sello fallado.

LA LIGA CENTENARIO
Huracán busca juntar partidos y para ello se enfila en la Liga Centenario de 1909 con un equipo de Cuarta división. Esta Liga es de escaso potencial para las pretensiones de "El Huracán", por lo que al año siguiente se intentará buscar un círculo superior.
En 1910 ya se toma contacto con José Laguna, que se muda en ese tiempo a Patricios. Además, se agregan varios socios más del Asilo de Huérfanos "General San Martín". Para entonces, el joven club cuenta ya entre sus filas con distinguidos adeptos como Enrique Giménez, José Regalía, José Cruz y Juan Jacques.
Lamentablemente, Laguna intentará delegar todos los derechos del club a los poderosos socios del asilo, por lo que los viejos asociados (ex El Huracán), enterados del peligro de la existencia del club, expulsan a Laguna y toman control de la institución.

EL INICIO DEL GLOBO HURACÁN
Hacia 1908 nace el Aeroclub Argentino, que mantenía a la élite de la alta sociedad reunida alrededor de un pasatiempo tan desconocido para muchos como lo eran los viajes en globos aerostáticos. Ese mismo año, y tras realizarse el noveno vuelo de la entidad, el aeroclub queda en presencia de uno de los hechos aéreos fatídicos más destacados de la Argentina, como fue la desaparición de Eduardo Newbery a bordo del globo Pampero.
Siendo consciente de la situación y premeditando la poca atracción a los globos que originaría este hecho en la sociedad, su hermano Jorge Newbery intentó fomentar los vuelos a través de las competencias y las demostraciones. Para ello traería dos globos aerostáticos directamente de París, como serían el globo Patriota y el Huracán. Ambos globos aerostáticos llegaron más allá de la alta élite y cautivaron a la masa del pueblo, que inclinaba sus cabezas para observar a los gigantes que sobrevolaban el cielo de Buenos Aires.
Las flamantes naves darían nuevos bríos al club y las actividades se reanudarían lentamente hacia 1909. Los pilotos inspiraban admiración y eran llamados “Hombres Pájaros” por el público. Para distinguirse unos de otros usaban un banderín o gallardete colgando de la barquilla, que representaba la insignia de cada uno. El del globo Huracán era blanco, con sendas franjas coloradas a los costados. Pero, sin embargo, aún no existía ninguna conexión entre el globo de Newbery y el equipo de Pompeya.
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